
¿Existe una «personalidad» de liderazgo?
There’s a common belief that leadership and success come more naturally to some than to others. But how much of this is true? And to what extent can you exercise your own...

by Michael Netzley Published October 27, 2025 in Spanish Articles • 8 min read

A partir de la evidencia acumulada, propongo siete etapas útiles para comprender el potencial cognitivo a lo largo del tiempo. Estas no corresponden solo a edad cronológica, sino a patrones funcionales distintos:
Máxima velocidad de procesamiento. La memoria de trabajo y la memoria detallada alcanzan su cénit. En cambio, la capacidad de concentración sostenida todavía es limitada: el cerebro es veloz, pero no necesariamente estratégico.
Se estabiliza la arquitectura neuronal central, lo que podríamos llamar el “tronco” que define la estructura base del pensamiento. Esa columna es estable, pero todo lo que la rodea seguirá cambiando y adaptándose a lo largo de la vida.
Momento óptimo para la memoria a corto plazo, el reconocimiento visual y facial, y la manipulación mental rápida de múltiples variables. Máxima agilidad táctica. Gran capacidad para ejecutar con eficiencia.
Un punto de inflexión. Aquí no empieza necesariamente el declive: es el umbral en el que puede emerger una mente verdaderamente madura. Es el momento en que podemos —si lo decidimos deliberadamente— empezar a desarrollar capacidades cognitivas de orden superior.
A medida que acumulamos experiencia, el cerebro puede volverse mucho más competente en la lectura de complejidad. Comienza a operar con más independencia del pensamiento dominante del grupo y se activa con mayor intensidad la brújula interna. La capacidad para prestar atención estratégica y leer emociones alcanza niveles que antes eran inalcanzables, incluso si la memoria operativa empieza a mostrar ligeras pérdidas de velocidad.
A partir de aquí llegamos al verdadero corazón del error cultural dominante. Porque es después de los 55 cuando no pocas personas comienzan a despertar el tipo de inteligencia más elevada disponible para el liderazgo, la innovación y la resolución creativa de problemas.

“Para obtener estos beneficios, es fundamental tomar decisiones, adoptar y centrarse en prácticas respaldadas por la ciencia que puedan mejorar la salud cerebral.”
Aunque la velocidad de procesamiento neuronal empieza a ralentizarse hacia la mitad de la vida, algunas de las capacidades cognitivas más sofisticadas —como el pensamiento integrador o transformador— pueden activarse con una potencia nueva. Sandra Bond Chapman, del Center for BrainHealth, la denomina “función cognitiva platino”: la facultad de conectar experiencias pasadas con nueva información para formular soluciones más profundas, contextuales y originales.
Entre los 55 y 65 años, el cerebro alcanza un momento privilegiado para integrar pasado y presente, reformular y rediseñar con mayor amplitud de enfoque. La creatividad, la originalidad y la perspicacia —especialmente la capacidad de ver conexiones que antes no eran perceptibles— pueden alcanzar su pico promedio alrededor de los 62 años. No es una opinión: es lo que muestran los datos.
Además, el cerebro maduro pierde —literalmente— la energía para sostener rencor o reactividad improductiva. Lo que en los 30 podía ser atrapamiento emocional, en los 60 se convierte en capacidad de perspectiva. Esa tranquilidad cognitiva no es pasividad, es libertad táctica: reduce fricción interna y libera capacidad de razonamiento en escenarios complejos.

Aunque se debilite la memoria operativa y el vocabulario empiece a reducirse, aumenta la capacidad de pensamiento abstracto. Se vuelve más rápida y natural la comprensión de dinámicas no lineales —algo crucial para anticipar impactos estratégicos con muy poca información. Bajo condiciones de buena salud cerebral, este es un periodo de enorme potencia intelectual.
Y aquí surge la pregunta inevitable: ¿cómo se cultiva —o se destruye— ese potencial?
Nada de lo anterior ocurre automáticamente. El cerebro humano consume cada día más energía que correr una maratón. La neuroplasticidad —es decir, la capacidad del cerebro para generar nuevas conexiones o remodelar las existentes— es un proceso intensivo desde el punto de vista metabólico. Si no alimentamos activamente ese sistema, se atrofia. Aquí entra lo que denomino la “trinidad de la salud cerebral”: ejercicio físico, nutrición y sueño.
Incorporar ejercicio regular como hábito no negociable, mantener una dieta rica en micronutrientes esenciales (vitaminas, minerales, antioxidantes) y priorizar la higiene del sueño —no como bienestar, sino como infraestructura cognitiva— se convierte en condición básica. Dormir ocho horas no es una recomendación genérica: es literalmente el sistema operativo que permite ejecutar funciones cognitivas superiores. El cerebro maduro no puede operar en modo “MBA de 30 años a pleno café”.
Pero hay algo más: igual que entrenamos el cuerpo, podemos y debemos entrenar capacidades cerebrales de alto nivel. No sudoku, no trivialidades: entrenamiento cognitivo intencional, orientado a funciones ejecutivas profundas.
Andrew Nevin, investigador y director de The Brainomics Venture en el Center for BrainHealth de la Universidad de Texas en Dallas, define la neuroplasticidad como la capacidad del cerebro para modificarse de forma continua, en función de lo que experimenta y, sobre todo, en función de cómo lo utilizamos. Su investigación enfatiza algo decisivo: somos los arquitectos activos de nuestro cerebro.
Si no utilizas deliberadamente tus capacidades para tareas cognitivas complejas y de orden superior, tu capacidad de alto rendimiento empezará a degradarse a partir de la mediana edad. Por eso, Nevin propone tres pilares concretos de entrenamiento:
Un ejemplo aplicado del marco del Center for BrainHealth:
«2 + 5 + 7 = mejora de la salud cerebral»
La clave no es la fórmula, sino el principio: si entrenas tu cerebro como órgano estratégico, se convierte en órgano estratégico. Si solo lo usas para operar, se convierte en músculo operativo.
Y esto no ocurre solo desde la neurociencia. Muchas de las técnicas clásicas de coaching —como la visualización, la escritura de un diario o la respiración consciente— son, en realidad, activadores directos de neuroplasticidad.
Visualizar un golpe de golf o un penalti antes de ejecutarlo activa neuronas de forma equivalente a la acción real. Las neuronas que se activan juntas se conectan juntas: la mente anticipativa es un ejercicio de arquitectura neural, no de autoayuda.
Escribir un diario —especialmente de gratitud o reflexión intencional— afina la atención sobre patrones positivos, modifica los circuitos emocionales, reduce sesgos defensivos y abre espacio para el razonamiento estratégico. Literalmente, reconfigura el cerebro.
La respiración —por ejemplo, dos inhalaciones profundas por la nariz seguidas de una larga exhalación controlada por la boca— desactiva el circuito de hiperalerta (cortisol) y reactiva el circuito de apertura cognitiva. Sin eso, la innovación se bloquea: el modo estrés impide la creatividad.
No importa qué vía elijas —entrenamiento cognitivo estructurado, coaching estratégico, escritura, respiración— lo que sí importa es que lo conviertas en disciplina deliberada, no en táctica esporádica.

Los nuevos hallazgos de la neurociencia deberían cambiar por completo la forma en que valoramos la madurez cognitiva en el mundo del trabajo. Y sin embargo, demasiadas empresas operan con un modelo deficitario del talento sénior: a partir de los 50, dejan de invertir. Renuncian justo cuando empieza a emerger el cerebro más poderoso disponible.
Esto no es un mensaje motivacional; es un error económico de primera magnitud.
Las organizaciones que comprendan antes que nadie que el pensamiento estratégico, la gestión de complejidad y la creatividad transformadora alcanzan su máximo nivel no en los 30, sino frecuentemente en los 60, tendrán una ventaja competitiva diferencial. Podrán activar un activo que hoy está siendo sistemáticamente infrautilizado.
Y los profesionales que entrenen deliberadamente su salud cerebral —física, mental y estratégica— no solo seguirán siendo relevantes más allá de los 50: pueden llegar a su mejor momento después de los 55. Incluso a los 70.
No estamos ante una promesa aspiracional. Estamos ante una posibilidad real, medible, diseñable.
El mensaje es: puedes seguir desarrollando y aprovechando las extraordinarias capacidades de tus empleados hasta que cumplan 70 años.

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Si aceptamos lo que la ciencia ya nos está diciendo, entonces hay que reformular por completo la narrativa social del rendimiento. Después de los 45 no comienza el descenso —comienza el momento decisivo. Y, bien entrenado, el cerebro humano puede entrar en su etapa más poderosa cuando el relato cultural dice que debería retirarse.
No es que la vida empiece a los 40, como afirmaba Jung. Es que a partir de ahí dejamos de estar entrenando para ella y comenzamos, por fin, a jugarla de verdad.

Ffundador de Extend My Runway
Michael Netzley es el fundador de Extend My Runway. Empresario, profesor y coach ejecutivo especializado en salud cerebral aplicada al alto rendimiento en etapas medias y avanzadas de la carrera profesional.

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