
The three questions keeping board members up at night
Find the answers you need to lead effectively in an era of AI. ...

by Michael D. Watkins Published October 24, 2025 in Artificial Intelligence • 9 min read
La adopción masiva de la inteligencia artificial generativa está creando una presión silenciosa en los entornos profesionales: ganar velocidad a cualquier precio. Pero la verdadera disyuntiva no es tecnológica, sino cognitiva. No se trata de cuánto usamos la IA, sino de para qué: ¿como amplificador de pensamiento o como sustituto del pensamiento?
Como advierto en mi trabajo académico, integrar la inteligencia artificial con disciplina —no para pensar menos, sino para pensar mejor— será decisivo para conservar la ventaja a largo plazo.
La rápida expansión de los grandes modelos de lenguaje (LLM) ha creado un auténtico dilema del prisionero en las empresas. Ante la presión competitiva, muchos profesionales se ven ante una disyuntiva: usar la IA de forma intensiva para ganar velocidad inmediata —a costa, según investigaciones recientes, de un deterioro de las capacidades cognitivas— o adoptar un enfoque más estratégico y deliberado, preservando la solidez mental, pero con el riesgo de parecer más lentos.
Y en el corto plazo, la decisión parece casi obvia. Si un competidor es capaz de producir en 20 minutos, gracias a ChatGPT, un análisis de mercado que a ti te llevaría tres horas desarrollar por tu cuenta, la presión se dispara. Multiplicado por cientos de microdecisiones diarias —desde el diseño de una estrategia hasta un correo a un cliente— la conclusión operativa parece inevitable: usar la IA al máximo o quedarse atrás.
La verdadera pregunta, entonces, no es cuánta IA deberíamos usar, sino cómo decidimos usarla. Y si esa decisión está fortaleciendo —o debilitando— nuestro pensamiento.

Sin embargo, esa elección aparentemente racional provoca un efecto indeseado. Al delegar cada vez más tareas de razonamiento en la IA, los profesionales empiezan a debilitar, poco a poco, las habilidades cognitivas que sostienen su ventaja a largo plazo. Es lo que describo como una carrera hacia el fondo cognitivo: una espiral en la que todos utilizan la IA más de lo que les resulta saludable —aunque cada decisión aislada parezca lógica y justificada.
Y no es una hipótesis teórica. La evidencia muestra que los usuarios intensivos de IA experimentan una reducción de la conectividad neuronal, una menor capacidad de retención de memoria y una caída en el pensamiento analítico independiente. A esto lo denomino «deuda cognitiva».
He observado que esta dinámica evoluciona como una trampa competitiva progresiva, en la que cada decisión aparentemente racional acelera la espiral.
Estoy convencido de que esta dinámica sigue un patrón reconocible:

“Los estudios muestran que los usuarios intensivos presentan una conectividad neuronal significativamente menor, signo de reducción del esfuerzo mental activo.”
En este punto, el pensamiento independiente empieza a sentirse incómodo. La persona ya no se fía de su capacidad para resolver problemas complejos sin la validación de la IA. Comienza la dependencia, tanto psicológica como operativa.
A lo largo de esa progresión he observado señales claras de deterioro cognitivo:

Existe además una cuestión crítica de reversibilidad que debo afrontar con honestidad: ¿puede el deterioro cognitivo revertirse realmente una vez que se instala?
Existe una incógnita clave que me preocupa: ¿es reversible este deterioro cognitivo? La evidencia apunta a que podría no serlo de forma inmediata. En estudios recientes, quienes habían trabajado intensivamente con IA y luego pasaban a escribir sin asistencia mostraban una actividad neuronal significativamente más débil que quienes habían razonado de forma independiente durante toda la jornada. En otras palabras: el cerebro se acostumbra rápido a delegar.
Lo preocupante es que aún no sabemos cuánto dura ese efecto ni cuánto esfuerzo requiere revertirlo. Es posible que recuperar la plena capacidad analítica exija un periodo prolongado en el que —paradójicamente— el profesional sea menos competitivo que aquellos que siguen dependiendo de la IA o que nunca dejaron de ejercitar el pensamiento independiente.
De ahí surge otra pregunta inquietante: ¿puede la IA volverse adictiva desde el punto de vista psicológico? El alivio inmediato que ofrece —la reducción del esfuerzo mental ante tareas complejas— puede llevar a evitar el pensamiento profundo. Si el razonamiento propio empieza a resultar incómodo, la motivación para recuperarlo tiende a desaparecer. Y así se inicia un ciclo de dependencia que se retroalimenta.
Este es el riesgo de lo que denomino en mi trabajo una trampa de deuda cognitiva: profesionales conscientes de su pérdida de independencia, pero incapaces de reservar el tiempo y la energía necesarios para reconstruirla, especialmente cuando el entorno sigue premiando la velocidad impulsada por IA.
Utilizar la IA como tutor para acelerar conocimiento profundo, no como generador de soluciones automáticas sin comprensión real.
1. Mantener la primacía cognitiva. Elaborar primero el razonamiento, los marcos y las hipótesis por cuenta propia, y solo después pedir a la IA que los refine o los cuestione. La decisión final debe seguir siendo humana.
Ejemplo: estrategia de entrada en un mercado.
Qué hacer: definir los segmentos, el posicionamiento y los recursos necesarios, y luego pedir a la IA que señale puntos ciegos o riesgos no contemplados.
Qué no hacer: delegar desde el inicio el diseño completo de la estrategia y limitarse a editar superficialmente lo generado.
2. Usar la IA para expandir, no confirmar. Pedirle que desafíe nuestras suposiciones, no que las valide. Que construya escenarios contrarios, visiones críticas o perspectivas externas.
Ejemplo: análisis de una adquisición.
Qué hacer: “Haz de abogado del diablo y dime por qué esta operación podría fracasar”.
Qué no hacer: buscar únicamente confirmación del propio plan.
3. Aprender más rápido, no pensar menos. Utilizar la IA como tutor para acelerar conocimiento profundo, no como generador de soluciones automáticas sin comprensión real.
Ejemplo: evaluación tecnológica.
Qué hacer: entender primero los fundamentos —blockchain, IA generativa, ciberseguridad— y solo después llevarlo a un caso concreto.
Qué no hacer: pedir directamente un plan de implementación sin haber adquirido los criterios necesarios para evaluarlo.
4. Ampliar el reconocimiento de patrones. Entrenar a la IA para detectar patrones emergentes —en mercados, usuarios, dinámicas internas— y luego interpretarlos con criterio humano.
Ejemplo: análisis de clientes.
Qué hacer: usar la IA para mapear temas emergentes y validar después ese diagnóstico con testimonios reales.
Qué no hacer: aceptar patrones detectados por la IA como verdad estratégica sin contraste humano.
5. Automatizar para liberar, no para abdicar. Delegar en la IA tareas mecánicas o analíticas, pero reinvertir esa capacidad liberada en pensamiento estratégico, relaciones humanas y creatividad.
Ejemplo: análisis financiero.
Qué hacer: automatizar formateo, cálculos rutinarios y alertas, y dedicar la energía al diseño de escenarios estratégicos.
Qué no hacer: dejar que la IA genere también los escenarios mientras la persona se limita a la ejecución táctica.
6. Diversificar deliberadamente las perspectivas. Pedir a la IA que adopte marcos culturales, regulatorios o industriales distintos al propio, e incluso puntos de vista contrarios. No para confirmar, sino para incomodar.
Ejemplo: planificación estratégica.
Qué hacer: “Analiza esta estrategia como lo haría un regulador europeo, un competidor emergente respaldado por capital riesgo y una empresa incumbente tradicional. ¿Qué vulnerabilidades detectarían cada uno de ellos?”
Qué no hacer: solicitar únicamente perspectivas alineadas con la visión propia o la experiencia del sector.
Estas prácticas generan un efecto compuesto. Mientras quienes delegan su pensamiento alcanzan rápidamente un techo —limitados por las indicaciones que formulan y los patrones que ya existen en los datos— quienes integran la IA con disciplina siguen creciendo. No piensan menos: piensan más lejos.
A medida que la IA se convierte en un producto disponible para todos, la independencia cognitiva se convierte en el verdadero diferencial.
El deterioro cognitivo no es inevitable, pero evitarlo exige una decisión consciente.
El deterioro cognitivo no es inevitable, pero evitarlo exige una decisión consciente. Incluso sin saber si sus efectos serán permanentes o reversibles, el planteamiento prudente es asumir que podrían serlo —y actuar desde ahora.
Estoy convencido de que los riesgos son demasiado elevados para ignorarlos: pérdida de profundidad analítica, de creatividad, de sentido de autoría. En cambio, los costes de mantener disciplina cognitiva —aunque en ocasiones parezca innecesaria— son insignificantes comparados con el coste de una dependencia irreversible.
Además, una integración exigente de la IA genera beneficios inmediatos, incluso si mañana descubriéramos que sus efectos sí son reversibles. Usarla para pensar mejor, no para pensar menos, significa preservar la ventaja sin renunciar a la velocidad.
La pregunta esencial que planteo a cada profesional es simple: ¿usará la IA para afinar su pensamiento o permitirá que piense por usted? En un contexto de incertidumbre, tratar la independencia cognitiva como un recurso no negociable es el camino más sensato.
Esta decisión marcará carreras, liderazgo e instituciones. En un entorno donde todos dispondrán de las mismas herramientas, el juicio humano —no la tecnología— será el verdadero diferenciador.
El capital cognitivo sigue siendo el activo más valioso: la capacidad de pensar con lucidez, creatividad e independencia. El desafío no es elegir entre IA y pensamiento humano, sino aprender a desarrollar el segundo mientras se domina la primera.

Profesor de Liderazgo y Cambio Organizacional en el IMD

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