A continuación, seis prácticas para hacerlo:
1. Mantener la primacía cognitiva. Elaborar primero el razonamiento, los marcos y las hipótesis por cuenta propia, y solo después pedir a la IA que los refine o los cuestione. La decisión final debe seguir siendo humana.
Ejemplo: estrategia de entrada en un mercado.
Qué hacer: definir los segmentos, el posicionamiento y los recursos necesarios, y luego pedir a la IA que señale puntos ciegos o riesgos no contemplados.
Qué no hacer: delegar desde el inicio el diseño completo de la estrategia y limitarse a editar superficialmente lo generado.
2. Usar la IA para expandir, no confirmar. Pedirle que desafíe nuestras suposiciones, no que las valide. Que construya escenarios contrarios, visiones críticas o perspectivas externas.
Ejemplo: análisis de una adquisición.
Qué hacer: “Haz de abogado del diablo y dime por qué esta operación podría fracasar”.
Qué no hacer: buscar únicamente confirmación del propio plan.
3. Aprender más rápido, no pensar menos. Utilizar la IA como tutor para acelerar conocimiento profundo, no como generador de soluciones automáticas sin comprensión real.
Ejemplo: evaluación tecnológica.
Qué hacer: entender primero los fundamentos —blockchain, IA generativa, ciberseguridad— y solo después llevarlo a un caso concreto.
Qué no hacer: pedir directamente un plan de implementación sin haber adquirido los criterios necesarios para evaluarlo.
4. Ampliar el reconocimiento de patrones. Entrenar a la IA para detectar patrones emergentes —en mercados, usuarios, dinámicas internas— y luego interpretarlos con criterio humano.
Ejemplo: análisis de clientes.
Qué hacer: usar la IA para mapear temas emergentes y validar después ese diagnóstico con testimonios reales.
Qué no hacer: aceptar patrones detectados por la IA como verdad estratégica sin contraste humano.
5. Automatizar para liberar, no para abdicar. Delegar en la IA tareas mecánicas o analíticas, pero reinvertir esa capacidad liberada en pensamiento estratégico, relaciones humanas y creatividad.
Ejemplo: análisis financiero.
Qué hacer: automatizar formateo, cálculos rutinarios y alertas, y dedicar la energía al diseño de escenarios estratégicos.
Qué no hacer: dejar que la IA genere también los escenarios mientras la persona se limita a la ejecución táctica.
6. Diversificar deliberadamente las perspectivas. Pedir a la IA que adopte marcos culturales, regulatorios o industriales distintos al propio, e incluso puntos de vista contrarios. No para confirmar, sino para incomodar.
Ejemplo: planificación estratégica.
Qué hacer: “Analiza esta estrategia como lo haría un regulador europeo, un competidor emergente respaldado por capital riesgo y una empresa incumbente tradicional. ¿Qué vulnerabilidades detectarían cada uno de ellos?”
Qué no hacer: solicitar únicamente perspectivas alineadas con la visión propia o la experiencia del sector.
Estas prácticas generan un efecto compuesto. Mientras quienes delegan su pensamiento alcanzan rápidamente un techo —limitados por las indicaciones que formulan y los patrones que ya existen en los datos— quienes integran la IA con disciplina siguen creciendo. No piensan menos: piensan más lejos.
A medida que la IA se convierte en un producto disponible para todos, la independencia cognitiva se convierte en el verdadero diferencial.