Argumentos a favor de un gran acuerdo
La admiración de Trump por las figuras de líderes masculinos fuertes como Xi podría abrir la puerta al acercamiento. Recientemente describió a Xi como “brillante, feroz e inteligente”, en marcado contraste con los líderes democráticos de Japón, Corea del Sur y Taiwán, a los que criticó por no “pagarnos dinero por la protección”. Este desdén podría incentivarle a dar prioridad a un acuerdo bilateral con China. En este sentido, resulta revelador que Trump invitara a Xi a su toma de posesión a pesar de que ningún jefe de Estado extranjero ha asistido a este acto desde que el Departamento de Estado comenzó a llevar registros en 1874.
¿Cómo podría llegar a producirse un acuerdo de este tipo? Aunque Trump ha dicho que “arancel” es su “palabra favorita” y “la palabra más bonita del diccionario”, los economistas calculan que sus propuestas costarían a los hogares estadounidenses una media de 2.600 dólares al año. Y sabemos que Trump valora su propia popularidad por encima de cualquier otra cosa. Por tanto, una estrategia ganadora podría verle imponer, al inicio de su mandato, aranceles punitivos tanto a las importaciones directas de China como a las importaciones de empresas chinas de países vecinos como México. Y, en paralelo, iniciar negociaciones con Pekín antes de que los consumidores estadounidenses sientan el impacto de esos aranceles. Un gran acuerdo posterior, en el que China realice concesiones significativas y simbólicas, le valdría a Trump la adulación incondicional de sus partidarios, consolidando —al menos a sus ojos— su estatus de gran estadista. Pensemos en ello como “soja con esteroides”.
Para Pekín, un acuerdo con Trump también ofrece ventajas estratégicas. La economía china se enfrenta actualmente a crecientes desafíos, como una crisis inmobiliaria y la disminución de la inversión extranjera. Los aranceles estadounidenses y los controles a la exportación de Biden han agravado estas presiones. Un gran pacto con Trump podría aliviar las tensiones económicas al tiempo que permitiría a Xi reivindicar una victoria diplomática; sobre todo, si el nuevo acuerdo mejora el statu quo actual.
Por supuesto, todo acuerdo tiene perdedores… Si esta gran alianza se materializara, acabarían pagando los aliados tradicionales de Estados Unidos en la región. De hecho, la lógica de la política exterior de “América primero” dicta que, una vez conseguido lo que Trump y su equipo presentarían como un indudable triunfo estadounidense, el estadista transaccional en jefe podría dar la espalda a Asia y centrarse en otros lugares.