Este reto se hace aún más acuciante a medida que nos enfrentamos al rápido desarrollo de la inteligencia artificial. Aunque llegue un día en que la IA supere la capacidad cerebral de los humanos, éstos seguirán teniendo corazón. Por tanto, es aún más importante entrenar ese corazón.
Entrenar la mente y el cuerpo
El trabajo de mi vida ha consistido en lograr un equilibrio entre mi mente y mi cuerpo. Mis padres, nacidos en Francia, tomaron la decisión de vivir en el bosque, inmersos en la naturaleza y lejos del consumismo. A los 16 años, fui a trabajar a una clínica de lepra en los barrios bajos de Calcuta. Fue entonces cuando decidí entrenar mi mente para desarrollar la compasión y trabajar para aliviar el sufrimiento de los demás.
Me trasladé a un monasterio de Darjeeling, donde un monje tibetano me aceptó como estudiante. Allí aprendí a redirigir la atención hacia lo importante. La ciencia ha descubierto que el 47% del tiempo no estamos presentes. Nuestra mente se distrae con otras cosas y nuestra energía se dispersa. A través de la meditación, podemos aprender a redirigir nuestra atención hacia un único punto de enfoque.
“Clean Everest”: escalando mi mayor reto
Tras cuatro años de formación en el monasterio, mi maestro me preguntó si podía llevar un programa educativo al Tíbet occidental, de donde era él. Me hice emprendedora y fundé Global Nomad, una empresa social que ha trabajado en más de 50 proyectos humanitarios centrados en la educación, el emprendimiento social y la conservación del medio ambiente y la cultura nómada.
El más conocido de estos proyectos fue “Clean Everest”, una iniciativa que puse en marcha tras mi primera expedición a la montaña, donde calculé que debía haber unas 10 toneladas de residuos abandonados tras 30 años de expediciones. Puede que el Everest, con sus 8.849 m de altura, sea el techo del mundo, pero también es el vertedero de basura más alto del mundo.